jueves, 23 de julio de 2015

Andando con mi sombra

Levanto un pie. Sutilmente y sin pensarlo, lo apoyo en el suelo sucio de la calle. Despacio, muy despacio, se levanta la pierna de atrás, haciendo ese juego de rodilla inconsciente. Se produce entonces un movimiento rotatorio dirigido al mismo suelo sucio. La pierna se deja caer. Y cambia el peso del cuerpo, esta vez apoyado en el pie contrario. Debería así poder avanzar, y sin embargo, mi sombra ha quedado pegada como un chicle, allí estirada. Me giro. La miro y me sonríe con la malicia de quien no te deja hacer lo que quieres por perversa diversión. Me agacho y empiezo a despegar la cabeza, mientras ella ríe a carcajada suelta y yo lloro de impotencia. Con burla levanta una de los brazos sombra y me saluda con sorna. Enrabietada me dispongo a coger la mano, aprovechando el movimiento, y ella de forma automática se pega de nuevo al suelo y ríe más alto. Intento que mi enfado no crezca y me dispongo de nuevo a intentar avanzar. Sin mirarla levanto de nuevo el pie derecho, pesa, aunque no tanto como la primera vez. Descansa el pie en el suelo y me dispongo a levantar el izquierdo. Vuelve a suceder lo mismo. La sombra se ríe de nuevo, esta vez hasta suelta un par de lágrimas. Noto un calor interno que me enrojece la cara y le doy un manotazo voluntario lleno de ira en el pecho de la sombra. Sin embargo, me hago daño y la sombra sorprendida imita mi manotazo para acabar de nuevo riendo. Me siento estúpida por querer herir a mi propia sombra, a la que no puedo lastimar por ser lo que es, una sombra.  Me apoyo en la pared más cercana y me quedo mirándola. Ha dejado de reír, como si le preocupara lo que estoy pensando. Le digo con calma que quiero avanzar y que no puedo hacerlo si ella no me acompaña porque es el reflejo de mi misma. No me responde. Me reincorporo e intento de nuevo un avance, aunque sea pequeño para sentir que puedo andar aunque solo sea unos pasos. No lo consigo. Me giro y veo que la sombra con cierta tristeza en su expresión mueve la cabeza de lado a lado. Suelto un suave pero firme ‘Por favor’. No me responde. Con un sofocante calor, decido sentarme en el suelo y permanecer allí callada, acompañando a la sombra, esa parte de mí que ahora no comprendo pero sin la que no puedo andar. Y tras mucho mucho rato, me doy cuenta de que la cabeza empieza a despegarse del suelo, se levanta como una pegatina despegada, poco a poco, sutilmente. Entonces la miro. Su expresión es más tranquila. Ya no es malvada, ya no es burlona, ya no es triste. Sonríe levemente mientras me mira ella a mí también. Y entonces me doy cuenta de que el sol está derritiendo aquello que hacía que estuviera pegada al suelo. Y comprendo que tengo que esperar un tiempo con paciencia a que ella esté lista para poder seguir imitando mis movimientos.

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