jueves, 23 de julio de 2015

Enloquecida

Tumbada en el suelo con la mirada perdida en el cielo, me siento  abierta en canal, aplastada por la más grande de las losas, mojada por la lluvia más fina y trasparente. Y cuando por voluntad me incorporo, algo me retiene y me empuja de nuevo a permanecer allí quieta. Ausente. Callada. Sola. Y me enfado con el mundo, por injusto. Con él, por idiota. Conmigo, por no levantarme y seguir corriendo mientras sonrío.

Mis movimientos se enlentecen como nunca, mi alma llora un vacío desconocido. Y me planteo si este no será el dolor más profundo jamás sentido. Un sufrimiento paradójicamente bello por su significado. Un malestar odioso e incontrolable que me sumerge de repente de nuevo en un mar sin fondo cuando el día anterior ya parecía flotar en la superficie. Sin embargo, sé lo bonita que es la vida y disfruto los ratos que yo misma me permito revivir. Y por eso me molesta este estado de vigilia nocturna y desasosiego diario. Porque es como si de repente hubiese olvidado cómo disfrutar de las vistas de una Barcelona iluminada desde lo alto, de una estrella susurrante desde el cielo, de una música viajante entre árboles.

Escaparía de todo, me iría a la otra parte del mundo y me perseguiría la pesadez que arrastro desde hace tiempo, porque no puedo escapar de mi misma. Estoy rabiosa como nunca antes. Triste como nunca antes. Ensombrecida como nunca antes. Nostálgica. Melancólica. Cabreada. Contenta. Estremecida. Enfadada. Desasosegada. Desesperada.

Enloquecida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario