A veces el camino se bifurca y tú te quedas en el cruce paralizada mirando en ambas direcciones. En ambas se escuchan pájaros cantar, se
ve un sendero verde lleno de flores y también en ambos hay piedras que
dificultan tu paso y seguramente más de un agujero en el suelo que no atisbas
ver desde donde te encuentras de pie. Llevo unos días sentada en este cruce.
Unos días me incorporo y me pongo a andar hacia la derecha, otros hacia la
izquierda y otros permanezco sentada. Mi indecisión no es algo habitual,
acostumbro a tener claro el camino que tomar por eso me molesta mi aireado
pensamiento, que cambia según el día o la hora y según la posición del sol.
Pasan los días y mientras sigo trabajando en mis árboles del cruce, podando y
poniendo bonita cada rama, me voy poniendo nerviosa al ver que mi trabajo en este
tramo del camino va llegando a su fin y que pronto tendré que elegir un
sendero. Hoy me he levantado otra vez en medio, sentada mirando a un lado y a
otro, consciente de que lo que elija me va a conducir a algún sitio que
desconozco. Esa búsqueda de la felicidad, tan compañera del ser humano, puede
acercarme a la victoria o acabar en derrota momentánea. Aunque una cosa tengo
buena, no me faltan compañeros de viaje que me allanan el camino que elija en
cada momento. Un día más, seguiré aquí sentada.
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