lunes, 24 de junio de 2013

Dejaste de hablar


Hace años que dejaste de hablar, que decidiste estar sin estar. Puede que fuese aquel verano en el que no fuimos más a jugar con muñecas e imaginar una ciudad. Tal vez fue aquel mes de julio en el que no nos pudiste mostrar un nido con huevos o el panal abandonado de unas abejas. Quizás fue cuando el carruaje del tractor anaranjado dejó de llevarnos y la piscina pasó a aburrirse sin salpicar a nadie. Es posible que fuese entonces cuando poco a poco tu voz se fue apagando y solo queda parte de ella con sonrisa en tus labios ya mayores y arrugados, cuando ves a mi hermano.
Y ahora siento como si el tiempo se fuese terminando. Tu voz más débil, tu escucha selectiva, tu cara apasada y larguirucha, las historias olvidadas o guardadas y ese marcapasos que apenas puede ya bombear un corazón sobrecargado.
Y es ahora tras algunos años de olvido, cuando me asusta la muerte más cercana. Porque creo que está avisando inminencia. Y recuerdo los veranos, tus inventos, los columpios. Todo en tus manos.
Desde la distancia he visto cómo te has ido apagando, cómo alguien ha ido apagando tu luz y cómo para ti nada tiene sentido porque no decides. Por eso, ahora, lejos de mi infancia, echo de menos esa gran parte de cariño y sabiduría adulta avanzada.

Hace tiempo que lo perdí,  a mi abuelo, a mi infancia, pero me gustaría recuperarlo, para que cuando su corazón deje de bombear vida, yo me sienta un poco menos triste. Solo un poco.

Tras la noche de San Juan


Picadas están las olas al intentar asimilar los deseos vertidos en la noche de San Juan. Las hogueras ya quemadas y negras son residuo aparente del malestar general. Entre las olas blancas se atisban sonidos incomprensibles en forma de abecedario, que juntos harán que tan solo una frase tenga sentido. El deseo de alguien, que ayer bajo la luna llena tapada de nubes, obedeció a la tradición y pensó en lo que quiere o necesita. Y así, las sirenas lo convertirán en canción. Tal vez así se cumpla.

martes, 18 de junio de 2013

Mientras llega la noche


Se oculta entre edificios y nubes
Su melena tapa media ventana
Su rostro observa la Gran Vía

Mientras, se oculta el sol al final del día

El tic nervioso de la cámara plasma
El viento, la nube, el pájaro y el tráfico
Sus piernas cansadas y decoradas de pijama

Mientras, se muestran las luces de la noche

La mirada azul se pierde en la distancia
Se disfraza detrás de las cortinas oscuras
Sus tirabuzones despeinados se peinan con el aire

Mientras, las estrellas aparecen escondidas

Las uñas rosa fuerte destacan sobre la piel blanca
El atuendo a rayas invita al descanso del anochecer
Su pensamiento relajado quiere escribir

Mientras, sale la luna vestida de hada

Sentada sobre la cama impoluta
Escribirá sobre cómo escribe y vive
Ella misma, yo misma, asomada a la ventana


Mientras, llega la noche
Mientras, plasmo la hazaña
Mientras, callo asomada

martes, 11 de junio de 2013

Y de fondo, la brisa


Una vela, una sonrisa
y de fondo, la brisa

La oscuridad del anochecer empapa el cielo
y revierte sobre la sombra de la pareja
con un halo de luz suave

Una vela, una sonrisa
y de fondo, la brisa

No hay sonido ecuestre
ni cansancio aparente
por lo que él la besa cueste lo que cueste

Una vela, una sonrisa
y de fondo, la brisa

Callados, ufanos
empezamos por mirarnos
y poco a poco acabamos por cenarnos

Una vela, una sonrisa
y de fondo, la brisa

martes, 4 de junio de 2013

La estación, el hombre del bigote y el policía raro

Llevaba a mi hermana pequeña de la mano, a penas lo dejaba intuir por mis ojos pero estaba aterrorizada. Habíamos ido a Valencia a visitar a la tía y en el viaje de vuelta sucedió lo peor. El tren cerró sus puertas y nos dejó a nosotras dentro y a mamá fuera. Vi por el cristal cómo se alejaba intentando alcanzar el tren con las manos en alto. Cogí la mano de mi hermana fuerte y busqué a un policía. Es lo que siempre me decían: “Si te pierdes, busca a un policía, que él te ayudará”. Pero solo había gente sentada en los vagones y alejada de lo que nos ocurría. Llevaban puestos los cascos de música, otros leían y alguien miraba por la ventanilla. Solo una viejecita nos miraba con curiosidad. No hacía mucho que había empezado a moverse el suelo, aunque a mí me pareció una eternidad. De pronto se detuvo de nuevo y un hombre con bigote subió al vagón y nos cogió de la mano. Al principio no quería seguirlo porque era un desconocido, pero cuando vi detrás de él a un policía, le cogí la mano. El policía era raro porque no llevaba gorra, pero supe que lo era porque respiraba igual que uno de ellos, así con la cabeza alta. Además llevaba un chaleco que brillaba mucho y detrás leí ‘seguridad’.


Nos bajamos del tren y durante un rato fue hasta divertido. Me sentía mayor. Yo era la responsable de cuidar a mi hermana, la cual no paraba de contarle cosas al hombre del bigote y al policía. “¿Sabes qué? Un día me caí de un banco del parque y no lloré”- la oía. Ellos eran muy bueno y jugaron con nosotras el tiempo que estuvimos en aquella estación, donde una chica con el pelo rizado y un vestido rojo escribía en una libreta de mariposas y nos observaba. Parecía que estuviera escribiendo sobre nuestra aventura.
Pasaron dos o tres trenes pero no me puse nerviosa hasta que el hombre del bigote me dijo que la mamá venía en el siguiente.
Lo vi a lo lejos aparecer sobre las vías. Aún no llevaba las luces encendidas porque era de día. Sentía que mi corazón corría mucho, y mi hermana, que me había soltado la mano hacía ya rato, me la volvió a coger.
El tren parecía no llegar nunca, pero por fin se detuvo. Todo fue muy rápido. La mamá bajó del segundo vagón y corriendo vino hacia nosotras y nos abrazó fuerte. A penas podía respirar pero fue el mejor abrazo, que seguro, me darán nunca. Me pareció mal que la mamá nos cogiera en brazos y nos subiera al tren sin poder darle las gracias al hombre del bigote y al policía raro. Pero bueno, es que todo pasó muy rápido.

Por poco tiempo fui mayor y cuidé de mi hermana. Muchas de mis amigas del cole me dicen que quieren ser mayores y por eso les quitan los zapatos de tacón a sus madres o se pintan los labios de color rojo. A mí no me gustó tanto cuando yo era la única que podía defender a mi hermana pequeña. Fue un poco rollo, la verdad. Prefiero seguir jugando en el parque. Aunque, eso sí, mañana ya tengo algo que contar en el cole porque vivimos una aventura en una estación con un hombre con bigote y un policía muy raro, y esas cosas se tienen que contar.

sábado, 1 de junio de 2013

Mañana de bicicletas


Solo se escucha el mar y el viento meterse entre los recovecos de mis orejas. Suena fuerte porque voy montada en bicicleta. Sigo avanzando bajo un sol de verano tardío, con la cesta llena de esperanza y buenos recuerdos de infancia al ver el paseo por el que discurro. Veo a lo lejos un padre acompañado de dos bicicletas rosas. Cierro los ojos un segundo para percibir lo que mi mirada no me permite. Poco tiempo, el suficiente, pero el imprescindible para no ladearme hacia un abismo en forma de bache o banco o palmera en mitad del camino. Oigo un gemido de rueda falta de aceite, y no soy yo. Abro los ojos y veo a la pequeña con piernas abiertas, pedaleando patosamente con unas mallas estampadas de flores. Sus dos coletas vuelan hacia atrás y le da ese aire tan infantil y gracioso, que solo las niñas melladas de sonrisa enorme infunden en tu  corazón. Con su bicicleta de ruedines enseña sus hazañas al conseguir ir hacia su hermana sin manos. Y su padre sonríe en esta mañana de sábado que le regala la dura semana de trabajo. Un espacio limitado, un momento exacto pero una felicidad eterna al poder compartir un paseo con sus dos pequeñas. Las dos corren ya por el final del paseo en una carrera injusta, en la que la más mayor gana sobre una bici de dos ruedas y un saludo a dos brazos saludando a su padre, que ríe y niega con la cabeza. Ahora escucho las risas y el chirriar de las ruedas de cerca. Paso por su lado y me sonríe la inocencia.