martes, 28 de febrero de 2012

La farola del parque


He despertado entre el ronroneo del móvil
y la luz que entraba por la ventana.
Me he dado cuenta del largo día que aún tenía que pasar,
ha sido una cuestión de hambrientas ansias de vivir
en el sin mundo en el que se ha convertido la luna fría de calor humano

Hace tiempo que no noto la humanidad de las personas
Todo se ha corrompido, hasta mi propio ser ha virado
No sé si solo ha sido casualidad
Pero incluso la farola del parque se ha apagado al pasar

He despertado entre el ronroneo del móvil
y la luz que entraba por la ventana.
Me he dado cuenta del largo día que aún tenía que pasar,
ha sido una cuestión de hambrientas ansias de vivir
en el sin mundo en el que se ha convertido la luna fría de calor humano

La gente ya no saluda amablemente, ni sonríe
Y los pocos que lo hacen, son considerados como enfermos de locura
Todo se ha convertido en gritos y enfados
En tristezas y pocos halagos

He despertado entre el ronroneo del móvil
y la luz que entraba por la ventana.
Me he dado cuenta del largo día que aún tenía que pasar,
ha sido una cuestión de hambrientas ansias de vivir
en el sin mundo en el que se ha convertido la luna fría de calor humano

Y sin embargo, sigo aquí, descalza sobre el hielo
Intentando que la farola se vuelva a encender
Que mi sonrisa contagie a los enfadados
Y que el sin mundo renazca de la nada
Aquí estoy yo. SENTADA.

martes, 21 de febrero de 2012

Ojos incrédulos


Trato de recordar aquellas historias que leí en los libros. Aquellos relatos grises de abusos policiales, de censura mediática, de represiones, de carencia de libertad. Trato de recordar las historias que aún cuentan mis abuelos de cómo se vivía en la dictadura. Y pienso, cuánto trabajo les llevó a varias generaciones superar las barreras del franquismo e instaurar un estado democrático, que veo como ahora se desmorona ante mis ojos incrédulos, ante mi boca abierta por la sorpresa de la incomprensión que me suscita la situación que vivimos.
Un país lejos, muy lejos de la grandeza que en algún momento, se pensó que podía llegar a alcanzar si formábamos parte de Europa. Un lugar en el que los jueces que luchan por la memoria histórica y por encerrar a los políticos corruptos, acaban inhabilitados años. Un sitio donde la justicia deja en libertad a los que hundieron las arcas públicas de una autonomía en la que los colegios han dejado de tener calefacción. Un país en el que las manifestaciones en contra  de los recortes acaban en sangrías que algunos ya comparan con la Primavera de Praga. Una patria…por decir algo, con la tasa de paro más alta de Europa. Un territorio en el que la mitad de los estudiantes que terminan sus estudios universitarios no encuentra trabajo.
Recuerdo cuando era pequeña, recuerdo que miraba la televisión y veía gente diciendo que España iba bien. Tal vez por la inocencia de mi infancia o porque realmente no sentía que el mundo se desmontaba sin que ni tan siquiera diese un paso. Pero hoy, febrero del 2012, siento una tristeza inmensa en mi corazón. Siento que no quiero vivir en la tierra que me vio nacer, siento que no quiero que mis futuros hijos nazcan en un contexto de caos descontrolado. Siento miedo, de ver que un futuro ya de por sí complicado de construir, mece sobre un lúgubre manto de niebla, ya no gris, sino negro impenetrable.
Y lo que quiero ver es un río de gente, que unida en las calles muestren el descontento que esta situación alcanza. No quiero quedarme sentada, no quiero ver con actitud pasiva que destruyen lo que es nuestro. Lo siento, me niego a no alza la voz. Puede que mis gritos sean acallados, o puede que las paredes los absorban y nadie de los de arriba escuche jamás lo que tengo que decir, pero el grito del corazón y razón unidos es más fuerte que una simple concentración contra los recortes o represiones policiales. No quiero ver caras de miedo entre adolescentes, no quiero cabrearme tanto como lo estoy mientras escribo estas palabras, no quiero vivir en un constante ahínco de desesperanza y temor a que todo va a seguir peor que ayer. Si mañana salgo a la calle no es por diversión, es porque creo que la situación de este país se nos está yendo de las manos. Es porque una parte de mi cree en la justicia, la democracia y la libertad de expresión. Merecemos una vida digna y libre. No quiero mirar imágenes que me evoquen tiempos pasados ni presentes griegos. QUIERO PAZ Y QUIERO VIDA. Los que sucumban al silencio tienen poco que decir, yo necesito hablar mucho.

Relato de las cargas policiales en RTVE
Fotografías en El País

domingo, 19 de febrero de 2012

Super héroe


Es un sábado por la tarde y estoy una vez más, muy cansada. Hace sol pero el aire es frío, estoy sentada en la parada del autobús, me ha tocado trabajar el fin de semana. Pero lo más curioso es que a pesar de todo no estoy triste. Hay un super héroe sentado a mi lado, es pequeño y no para de levantarse y correr imitando a Spiderman. Está tan feliz con su disfraz. Subo al autobús y el ritmo de mi música es lento, invita a reflexionar e incluso a entristecerse, sin embargo, yo solo consigo sonreir. Las calles estás plagadas de princesas y super héroes, de hadas, de bomberos y de muchos pitufos y pingüinos. Ha llegado el color del carnaval y a mi me toca trabajar. Lo bonito de mi oficio es que sin disfrutarlo, puedes vivir de cerca lo que siente la gente, debes vivirlo porque alguien lo tendrá que trasmitir. Estoy cansada, sí. Llevo un ritmo de baile desmesurado pero no puedo parar de volar al ritmo de los cometas nocturnos, rápidos, fugaces. Quiero poder ser capaz de mirar todos los rincones del universo que me dé tiempo mientras dure mi luz. Así podré conocer, opinar y acercarme a ser un poco super héroe.

jueves, 9 de febrero de 2012

Sentada en el parque


Sentada en el banco del parque al sol de media mañana, me reincorporo sobre mi libro para admirar lo verde del camino. Y ahí está el abuelo con su pequeña nieta de abrigo rojo cubierta. Le coge el dedo derecho de su mano y le regala la sonrisa más dulce y cariñosa de la historia. La niña encaramada al precipicio que suponen las alturas de estar erguida sobre dos piernas, se agarra fuerte a su apoyo. Da un paso, da dos pasos y se para mirando al suelo, como si al descubrir que puede hacerlo cambiara su visión del mundo. Corretea como puede sin soltar el dedo. Su abuelo ríe despreocupado. Ella lo mira desde allá abajo y se deja caer de culo contra el suelo. Poco después el hombre la coge en brazos y la lleva hasta el carro donde conseguirá que sus ojos de princesa reposen durante una larga siesta. Es esa inocencia la que echamos de menos cuando nos hacemos responsables de crecer. Es la lejanía de esos momentos la que hace que sintamos pánico de una infancia que nunca va a volver. El banco en el que estoy sentada empieza a helarme las entrañas, cierro el libro y me ato mi abrigo rojo. En algún momento fui aquella pequeña a brazos de su abuelo, regalándole la sonrisa más dulce y cariñosa de la historia. Vuelvo a casa, aunque él ya no esté.

Andas ocupada


Sé que andas ocupada, pero no sé si te has dado cuenta de que vuelve a hacer frío, si me prestaras un poco de atención, a lo mejor no se me calaría entre los huesos este viento que sopla en nuestra contra. Sé que en ocasiones piensas que no te entiendo, pero te equivocas, estoy siempre tan cerca de ti que casi siempre olvidas que estoy a tu lado y me ignoras. Siento frío, mucho frío. Llevas unos días que solo le prestas atención a otros estímulos externos. Que si las horas del reloj pasan sin darte cuenta, que si el cansancio te puede y te tumba en el sofá exhausta, que si tengo que escribir para esto, para aquellos. 

Para dos segundos donde estés.

No mires las palmeras, deja de pensar en la gente que te saluda o no al pasar, respira. A veces te olvidas de eso tan importante. Escúchate. Exacto, soy yo misma. Soy tu intuición que pocas veces falla, soy tu yo interior que te recuerda qué está bien y qué está mal, soy tu consciencia hecha pedazos porque últimamente te preocupas tanto por el resto de cosas que has olvidado que existo. Sabes que estas líneas salen de nuestra unión, no quieras perderla, nos hace fuertes cuando estamos juntas. Bien. Hoy te has acordado de respirar por las dos. Ahora lo sientes, verdad? La energía, fluye por dentro. La armonía, se desplaza por cada célula del cuerpo. Pues ya puedes mirar el vaivén de las palmeras, así han recuperado el sentido. No te has dado cuenta pero estás sonriendo. Lo hemos conseguido hoy, pero no te vuelvas a alejar, es fácil pelearse. Yo tengo unos intereses y tu otros. Parece que me he reconciliado conmigo misma. A descansar. Lo merecemos.

sábado, 4 de febrero de 2012

Es esa necesidad de sentirse arropada


Es esa necesidad de sentirse arropada. Voy andando por las calles acaecidas bajo un manto de lúgubre luz oscurecida. Voy tapada hasta las pestañas con mi bufanda multicolor y mi chaqueta aterciopelada. Sigo caminando. El viento, frío prisionero del invierno que ha tardado en llegar, golpea mi cara poco acostumbrada al esperpéntico mundo que a veces se asoma dejándose ver a cada paso que adelanto. Mi camino aun tiene la meta lejana, así como entre niebla, a penas me permite ver las letras borrosas por la lejanía y por mi vista aún perturbada por la sequedad del aire congelado. Los coches son los únicos que parecen no temer al congelador en el que se ha convertido la ciudad. No hay transeúntes, tan solo yo, con el sonido de mis tacones acompañados por una música tranquila que me hace sonreir al tiempo que pienso que ha terminado una semana larga. Hasta el semáforo tiene piedad de mí y se pone en verde más rápido que mi parpadeo detecta que tengo que parar. Aunque sé que mi casa ya está cerca, soy consciente de que aún no he llegado a mi meta, aunque sí es verdad que ahora parece más clara que ayer cuando hacía el mismo recorrido. Ahora ya en la cama, protegida con una manta y edredón reposo y cojo fuerzas para seguir recorriendo esa misma ruta muchos días. Una ruta que cambiaré a merced de los obstáculos que vayan construyendo sin querer. Es esa necesidad de sentirse arropada. No podría llegar a la meta y verla clara sin que mi manta y edredón me calentasen para que cada mañana al partir el frío fuese diferente. Quizás mañana sí haya transeúntes que me saluden al pasar.