martes, 4 de junio de 2013

La estación, el hombre del bigote y el policía raro

Llevaba a mi hermana pequeña de la mano, a penas lo dejaba intuir por mis ojos pero estaba aterrorizada. Habíamos ido a Valencia a visitar a la tía y en el viaje de vuelta sucedió lo peor. El tren cerró sus puertas y nos dejó a nosotras dentro y a mamá fuera. Vi por el cristal cómo se alejaba intentando alcanzar el tren con las manos en alto. Cogí la mano de mi hermana fuerte y busqué a un policía. Es lo que siempre me decían: “Si te pierdes, busca a un policía, que él te ayudará”. Pero solo había gente sentada en los vagones y alejada de lo que nos ocurría. Llevaban puestos los cascos de música, otros leían y alguien miraba por la ventanilla. Solo una viejecita nos miraba con curiosidad. No hacía mucho que había empezado a moverse el suelo, aunque a mí me pareció una eternidad. De pronto se detuvo de nuevo y un hombre con bigote subió al vagón y nos cogió de la mano. Al principio no quería seguirlo porque era un desconocido, pero cuando vi detrás de él a un policía, le cogí la mano. El policía era raro porque no llevaba gorra, pero supe que lo era porque respiraba igual que uno de ellos, así con la cabeza alta. Además llevaba un chaleco que brillaba mucho y detrás leí ‘seguridad’.


Nos bajamos del tren y durante un rato fue hasta divertido. Me sentía mayor. Yo era la responsable de cuidar a mi hermana, la cual no paraba de contarle cosas al hombre del bigote y al policía. “¿Sabes qué? Un día me caí de un banco del parque y no lloré”- la oía. Ellos eran muy bueno y jugaron con nosotras el tiempo que estuvimos en aquella estación, donde una chica con el pelo rizado y un vestido rojo escribía en una libreta de mariposas y nos observaba. Parecía que estuviera escribiendo sobre nuestra aventura.
Pasaron dos o tres trenes pero no me puse nerviosa hasta que el hombre del bigote me dijo que la mamá venía en el siguiente.
Lo vi a lo lejos aparecer sobre las vías. Aún no llevaba las luces encendidas porque era de día. Sentía que mi corazón corría mucho, y mi hermana, que me había soltado la mano hacía ya rato, me la volvió a coger.
El tren parecía no llegar nunca, pero por fin se detuvo. Todo fue muy rápido. La mamá bajó del segundo vagón y corriendo vino hacia nosotras y nos abrazó fuerte. A penas podía respirar pero fue el mejor abrazo, que seguro, me darán nunca. Me pareció mal que la mamá nos cogiera en brazos y nos subiera al tren sin poder darle las gracias al hombre del bigote y al policía raro. Pero bueno, es que todo pasó muy rápido.

Por poco tiempo fui mayor y cuidé de mi hermana. Muchas de mis amigas del cole me dicen que quieren ser mayores y por eso les quitan los zapatos de tacón a sus madres o se pintan los labios de color rojo. A mí no me gustó tanto cuando yo era la única que podía defender a mi hermana pequeña. Fue un poco rollo, la verdad. Prefiero seguir jugando en el parque. Aunque, eso sí, mañana ya tengo algo que contar en el cole porque vivimos una aventura en una estación con un hombre con bigote y un policía muy raro, y esas cosas se tienen que contar.

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