sábado, 1 de junio de 2013

Mañana de bicicletas


Solo se escucha el mar y el viento meterse entre los recovecos de mis orejas. Suena fuerte porque voy montada en bicicleta. Sigo avanzando bajo un sol de verano tardío, con la cesta llena de esperanza y buenos recuerdos de infancia al ver el paseo por el que discurro. Veo a lo lejos un padre acompañado de dos bicicletas rosas. Cierro los ojos un segundo para percibir lo que mi mirada no me permite. Poco tiempo, el suficiente, pero el imprescindible para no ladearme hacia un abismo en forma de bache o banco o palmera en mitad del camino. Oigo un gemido de rueda falta de aceite, y no soy yo. Abro los ojos y veo a la pequeña con piernas abiertas, pedaleando patosamente con unas mallas estampadas de flores. Sus dos coletas vuelan hacia atrás y le da ese aire tan infantil y gracioso, que solo las niñas melladas de sonrisa enorme infunden en tu  corazón. Con su bicicleta de ruedines enseña sus hazañas al conseguir ir hacia su hermana sin manos. Y su padre sonríe en esta mañana de sábado que le regala la dura semana de trabajo. Un espacio limitado, un momento exacto pero una felicidad eterna al poder compartir un paseo con sus dos pequeñas. Las dos corren ya por el final del paseo en una carrera injusta, en la que la más mayor gana sobre una bici de dos ruedas y un saludo a dos brazos saludando a su padre, que ríe y niega con la cabeza. Ahora escucho las risas y el chirriar de las ruedas de cerca. Paso por su lado y me sonríe la inocencia.

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