Burbujas de agua sobre el asfalto mojado. Gotas que manchan
los cristales con su invisibilidad aparente. Formas que caen del cielo a la
velocidad de una gravedad sin piedad hiriente. Gafas que complican ver.
Tormenta estancada en la calle. Un zapato mojado. Un calcetín empapado. Una
cámara forrada de plástico bajo un paraguas sugerente de paz y, blanco como el
cielo de rabia contenida. La locura ha hecho estallar las nubes hasta
convertirlas en sopa fresca remojada de peatones, con el temblor de los niños asustados
de los estruendos de un día ruidoso de relámpagos que trae el viento. Un
cuaderno escrito y abierto, mojado y deformado, testigo de la lluvia, testigo
de la vida. Y con ello un destello de flash relámpago, una luminosa milésima de
segundo capturada en miles de puntos infinitos e invisibles, como la
invisibilidad aparente de las gotas que manchan el cristal. Como las burbujas
de agua en el asfalto mojado de la calle. Como la lluvia, como la vida.
Diferente y única para cada gota. Empapada para todos y feliz para casi ninguno.
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