Mi vida me gusta. Posiblemente ahora más que nunca. Estoy a
gusto con cada aspecto de mi vida y me encanta todo lo que hago. Me encanta estar
aquí con vosotros. Me voy con las pilas cargadas. Siendo esta una realidad me
he dado cuenta de que antes solía sentarme más a estar conmigo misma. Será por
las circunstancias de la vida o por la gente de la que me rodeo, pero esa sana
costumbre la he dejado en un segundo plano. Necesitaba un rato de estar conmigo
porque se nos olvida a los humanos muchas veces que yo soy la persona más
importante de mi vida y que también es importante estar con uno mismo. Estar
sola no significa estar en soledad, estar sola es tomarse un café con el
pensamiento y la consciencia. Me he ido a dar una vuelta y de repente me he
dado cuenta de esto que os estoy contando, que a pesar de que tengo mis ratos
de desconexión diaria, hacía tiempo que no me tomaba un café conmigo misma. He
estado en la playa, me he reencontrado con ella, con esa con la que creo
compartir cierto pasado. Allí me he puesto a escuchar las olas y a observar las
piedras. Me he parado a pensar que cada una es diferente. Hay unas redondas,
otras alargadas, otras planas, otras grandes, otras pequeñas. Miles de ellas
conviviendo juntas. Cada una está posicionada en un lugar de la playa. Unas
están donde da el sol durante todo el día, otras a la orilla, donde golpean las
olas y por eso están mojadas. Otras están debajo de las palmeras. Y otras junto
al paseo de madera por donde discurre la gente. Y me he parado a pensar que
unas se sienten mejores que las otras. Las que viven a la orilla se creen
mejores porque están fresquitas todo el día. Las que están junto a la madera se
sienten mejores que las otras porque escuchan historias de la gente que pasa y
aprenden cosas que el resto de las piedras de la playa no. Las que viven debajo
de la palmera se creen mejores porque tienen sol y sombra por igual. Mientras
que las que se encuentra en medio se creen mejores que el resto porque están
calentitas durante todo el día y descansan del sol por la noche. Pero es que
luego me he fijado en que las piedras redondas se creen mejores que las
alargadas porque se las ve más. Y las alargadas se creen mejores que las planas
porque son más esbeltas. Y las uniformes se creen mejores que las que no tienen
forma porque se creen más bonitas.
Ninguna de ellas se ha parado a pensar que, al fin y al
cabo, todas son piedras que viven juntas y que conforman una playa. Los humanos
a veces somos así, nos creemos mejores que otros por cosas que nos diferencian.
Y no nos damos cuenta de que al fin y al cabo todos somos una piedrecita más de
esa playa.
Cuento esta historia porque con ella quiero reflexionar acerca
de tres cosas. La primera es la humildad. Humildad para no sentirnos mejor que
otro y entender que todos somos piedrecitas que viven juntas. La segunda es
empatía, empatía para comprender que puede sentir la redonda, o la alargada o
la que vive debajo de la palmera. Y la tercera, solidaridad, ayuda mutua, para
tirar de la piedra que vive en la orilla de la playa mojándose y se siente mal
y necesita un poco de sol. Solidaridad para compartir con las piedras junto al
paseo de madera sus historias con las que todas las piedras nos podemos
enriquecer.
Os animo a sonreír con humildad, tratar con empatía y ayudar
con solidaridad a cada piedrecita de nuestra playa.
Me parece precioso. Yo me siento como una piedrecita mas. Quizá no la mas esbelta. Pero feliz, porque estoy aquí y veo el mar !
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