miércoles, 28 de diciembre de 2011

Lápiz de cartón



Escojo un lápiz de cartón de mi vaso coloreado lleno de bolígrafos. Lo elevo a la altura de mis ojos y mirando por la ventana dibujo sobre la montaña la silueta que ella misma deja sobre el cielo ya anaranjado del atardecer. Intento dotar a mi alma de esa profundidad que supone el propio paisaje. Es complicado dibujar con tanto relieve, al tiempo que las montañas más grisáceas quedan al fondo y las verdes parecen más cercanas a mí. Es como las vivencias, que estén más lejanas, no implica que puedas borrarlas del paisaje, puede que en ocasiones no se vean por la niebla. Otras en cambio relucirán con el sol de medio día y te recordarán que siguen ahí. Algunas de las montañas, las de la derecha parecen horrendas por mucho que reluzcan, las de la izquierda siempre son bonitas, hasta cuando llueve.  En invierno esperas que se cubran de ese blanco polvo helado. En primavera solo miras por la ventana buscando los tonos de verde y la alegría. Y tal vez en otoño busques lo multicolor de la naturaleza o aquello que no encontraste en verano, cuando las hojas se derritieron por el calor. Pero lo hermoso de mirar por la ventana no es dibujar el contorno de la elevación, ni tan siquiera intentar comprender el cambio de estación, lo bonito de todo es saber contemplar lo bueno de cada rincón del cuadro enmarcado tras un cristal, que protege del frío, del viento y de las gotitas de agua que caen desde el tejado. Es la composición lo que hace que estar sentada ante el espejo traslúcido tenga sentido y valga la pena. Así que da lo mismo que sustituya el lápiz de cartón por la tecla desordenada, porque la plasmación de mis ojos representa la misma infinidad que el horizonte que hay tras la montaña.

No hay comentarios:

Publicar un comentario