viernes, 17 de agosto de 2012

Las sábanas son deliciosa suavidad

Tuvo un ademán. De repente sopló el viento que estaba desaparecido. Le dio una tregua momentánea al infierno derretido que era la calle. Los pulmones se llenaron de energía por unos simples segundos. Y volvió el caldero a ser asfalto. Yo a arrastrarme cual serpiente arrepentida y perezoso de ojos entrecerrados. Llegando a casa me convierto en charco de agua y el cansancio me desploma con un temblor de piernas tras haber soportado un peso tres veces superior a mi cuerpo. El sofá se acomoda al cuerpo y rendida perezco en el trance de hacer revivir el alma. Las sábanas son deliciosa suavidad conmovida por mi cansancio. Me acaparan entre sus inexistentes brazos anaranjados y me cantan noctámbulas canciones de cuna. Reposo ensimismada en el techo blanco y me van venciendo a pesar de la lucha que mantengo con los párpados de plomo. Silencio. Desaparición. Sumisión a los sueños. Cuando despierte no encontraré el rincón de la realidad y querré dormir cien años más. Necesito reposar en la playa solitaria y vespertina para recuperar la energía de la mañana para escribir con el razón y el corazón, las verdades que me susurran las nubes del cielo, que a veces deciden protegerme de la llama incuestionable.

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