Puede que nunca antes me haya sentido caer desde un precipicio
ficticio dentro de mi propio corazón. Estrellarme contra el suelo antes de
tocarlo. Contener el aliento para poder creer lo que está ocurriendo.
Puede que nunca antes me hubiese enamorado de verdad.
Y aquí me encuentro en una tarde de película. Con la
tormenta del cielo y la lluvia cayendo al ritmo de mis lágrimas. Posadas sin
embargo con la compresión de una situación difícilmente salvable. Porque el
amor no lo puede todo. Porque más allá también está la vida plena, formada por otras
tantas cosas.
Me siento tranquila por aportar todo lo que puedo y nerviosa
por poder perderlo a él. Con el que construí una vida y parte de mi ser. Me
siento sin respiración, ahogada en mi misma, pendiente de lo que puede suceder.
Y voy viendo pasar situaciones y vivencias y me pregunto si
existe esa felicidad plena que él quiere y tanto desea. Hasta hoy pensaba que
yo la poseía, pero si no es compartida, se diluye, como el azúcar en el agua,
como la sal de mis lágrimas.
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