miércoles, 9 de noviembre de 2011

Llueve


Bajo por la escalera porque el ascensor está roto. Salgo a la calle, no sin antes mirarme en el espejo de la entrada. El resfriado me ha dejado el rostro pálido y aún así me regalo una sonrisa. Paso el umbral de la puerta. La calle está desierta. El frío viento se cala entre mis mangas, a pesar de que llevo mi abrigo rojo, aquel que me regalaste. Miro a la derecha pero sigue sin aparecer nadie. Sigo de pie como un palo, recta, sin moverme pero tiritando. Noto una escuálida gotita casi seca que corre por mi frente. Empieza a llover. Ahora el viento ya no silba solo. Yo sigo estancada mirando fijamente el suelo, no me encuentro bien pero necesito verte. De repente el faro de un coche me distrae de mi punto fijo, un chicle pegado en el suelo mostoso y grisáceo. Levanto la mirada, el cielo está negro de nubes y empapado de lluvia. Un coche se detiene ante mí, baja la ventanilla y entonces, sonríes. Te miro, me miras y el mundo pasa de su oscuro día triste y mojado peinado a colorido corazón y alegre perfumado. Bajo el escalón de la acera, me mojo los zapatos. Abro el coche, me siento a tu lado y me recibes con el beso más cálido posible. Eso es lo que me gusta, lo que necesito en mi vida. Consigues despertarme cuando estoy medio dormida. Consigues revivirme cuando estoy medio molida. Podría repetir mil veces tu sonrisa y nunca conseguiría imitarla tan perfecta. En los dos minutos de coche he olvidado que llovía.

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