Camino sobre las ruedas de mi coche. La música acompaña. Me
gusta observar el paisaje cuando voy sola y perderme en los pensamientos que
las rayas discontinuas me ayudan a traer a mi mente. Si es de día, el sol
resplandeciente del invierno me hace sentir llena. Las flores de la primavera
empiezan a aparecer y a teñir de un
rosado blanquecino el trozo de tierra que rodea el asfalto envejecido. Y yo me
pierdo entre el poco viento que intuyo balancea las flores recién salidas.
Mientras el cielo azul me recuerda que la vida en ocasiones es bella. Solo
aparece la harmonía cuando las personas están ausentes y con ellas las
situaciones que provocan el desasosiego y desorden de las cosas. Son los ratos
en los que me permito reflejar sobre mi cabeza ocupada una respiración
controlada y pausada. Me ayuda a recopilar las energías que pronto quemaré el
resto de los días.
El tiempo pasa rápido y es hora de hacer el camino de
vuelta. Esta vez es de noche y no se ven los árboles frutales de colores, que
sé que siguen ahí con el color escarlata de sus pétalos. Pero ahora son las
luces brillantes las que tiñen el puerto de Alicante. Dibujando la silueta de
la costa y haciendo resurgir de mis adentros la belleza pausada que solo a
veces el humano es capaz de crear olvidando el mundo que le rodea.
Me queda poco trayecto y sigo perdida entre mis
respiraciones rejuvenecedoras y mis pasatiempos reflexivos. Es una pena saber
que en poco llegaré al destino del trabajo sin pausa. Volveré a olvidar las
luces y volveré a borrar los pétalos de la esperanza.
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