La ciudad aún no había amanecido y ya estábamos nosotros
entre un calcetín de motas andando sobre sobre una suela negra. No imaginábamos
por entonces el día que nos esperaba. Nos gusta no tener que frenar en seco
ante una luz roja, nos gusta combinar los pasos porque cuando no lo hacemos
tropezamos, y todo lo que va arriba se precipita. Pero eso ya hace años que lo
aprendimos, solo a veces un obstáculo intenta
que lo olvidemos, pero es imposible.
Hemos oído un traqueteo y luego vaivenes y antes de llegar a
donde nos mandaban, hemos echado a correr, aunque nosotros nunca sabemos el
motivo. Solo que hay que hacerlo porque es importante. Nos lo dicen de arriba.
Luego los sonidos eran de tazas, cafés y té. Y nosotros
seguíamos manteniendo su peso, que cada vez parecía ser mayor. Nos mirábamos
preocupados porque en parte los dos sabíamos que teníamos que estar trabajando
muchas horas, aunque con exactitud no supiéramos calcular cuantas.
De repente hemos empezado a correr entre miles de
obstáculos, no veas que complicado. Un empujón nos ha hecho empujar el suelo
para mantenernos. Un choque. Un trozo de ensalada ha ensuciado a uno de los
dos. Luego polvo. Una escoba nos ha barrido por error. Luego hacía frío, luego
calor. Y hemos empezado a estar incómodos. Nos ha llegado comida y café pero no
ha funcionado mucho. Para arriba y para abajo. Uno de los dos se ha resbalado y
el otro ha tenido que hacer el doble de trabajo por unos segundos.
Al fin, aunque no hemos descansado, hemos dejado de correr.
Nos han mandado andar más lento. Un traqueteo. Una luz roja. Unos segundos de
dolor. Merecíamos parar de trabajar ya y parecía que nunca llegaba.
Y tras unas escaleras complicadas…hemos llegado a hacer lo que
más nos gusta. Nosotros, los pies, hemos descansado mirando la pared.
No hay comentarios:
Publicar un comentario