"Andrajoso. Es un Don Nadie. Apesta. Es un vago. Si no trabaja es porque no quiere". Cuando el hombre entra en el vagón, el aire se impregna de esas palabras de odio y repugnancia. La gente lo trata como si fuese un animal mezquino y salvaje que no merece ni que lo miren. Nadie piensa que es una persona. Que detrás de su ropa rota y sucia hay una historia. Que detrás de sus ojos y sus palabras, hay un buen hombre. Ha saltado de un vagón a otro mientras el tren estaba en movimiento. Y nadie, absolutamente nadie, se ha preocupado de su llegada. Educado, eso sí. Habla al vagón fantasma pidiendo caridad. Su mirada triste y exánime rompe el corazón de quien lo mira. Tal vez por eso, todo el mundo baja la cabeza y mira su móvil.
Al final del tren un joven de traje y sonrisa de anuncio de televisión mete la mano en la bolsa que lleva zarandeando todo el viaje. Saca un aguacate y le ofrece la primera comida del día al que ahora ha pasado a ser Don Alguien. Solo por estos gestos, una sigue creyendo en la humanidad.
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