Dos manos pequeñas cogidas y orientadas a lo alto, como si
quisieran tocar el cielo, pero al final de los dedos, en vez de azul, hay
cariño. En cada lado, uno de los padres. Papá uno y papá dos (son los dos
hombres). Y andando a paso despistado está la niña, vestida con un mono vaquero y andando descalza, ajena a las múltiples conchas que van a pinchar los
delicados y minúsculos pies. En su cara, unas gafas rojas ocupan casi la mitad
de su rostro risueño. En la cabeza aún
no lleva coletas porque no se lo permite la largaría de su pelo. Y allí están
los tres, posiblemente los más felices de la tierra en ese momento. Van
esquivando niños desnudos que corren con sus cubos hacia el mar, para cargarlos
de agua y llenar el foso del castillo. Y allí van esquivando señoras que los
miran extrañadas porque seguro que jamás han visto a un grupo de tres tan
perfecto y unido. Esquivando adolescentes que toman el sol junto a la orilla
con su música en los cascos. Y en mitad de la playa, con el viento en contra,
aunque no les importa, compartiendo las sonrisas conmigo. Sonrisas cómplices al
desear un mañana en el que no será necesario esquivar nada porque la vida no
les pondrá obstáculos, ya que sencillamente son una familia más que pasa la
mañana de un viernes de julio paseando con su hija por la playa.
PD. La fotografía que acompaña al texto la he encontrado en Google pero me ha parecido preciosa y la he querido incorporar.
PD. La fotografía que acompaña al texto la he encontrado en Google pero me ha parecido preciosa y la he querido incorporar.
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