Descalza. Sobre unos pies a días débiles, a días muy
fuertes. Ando sobre un suelo pulcro y blanco. El tacto suave y resbaladizo del
mármol invita a la reflexión. Una escapatoria de la mente en la que solo existe
el silencio tachado de vocablos incomprensibles de los que rezan y con una
música hindú de fondo. Si cierro los ojos estoy sumergida bajo la misma espiral
que acompaña el espacio. De repente me veo vestida con pantalones y blusa larga
combinados a la perfección con un pañuelo vistoso. En el entrecejo un
punto rojo me marca el equilibrio.
Abro los ojos y sigo con los pantalones vaqueros, mis
botines y mi abrigo color marfil. Sin embargo, noto el punto rojo en mi frente.
Y no lo llevo. Es cosa de la ficción. La realidad es que me encuentro bajo
arcos blancos con trazados perfectos y figuras graciosas, otras extrañas.
Cuerpo de humano y cabeza de animal. Todos sonríen haciendo como que me miran.
Las figuras que rodean la cúpula parecen bailar al unísono moviendo las caderas
en direcciones opuestas y mi mirada solo puede observar los recovecos impolutos
que adornan la cúpula y los arcos uniformados.
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