Subo al autobús medio distraída con la música pausada que me
acompaña al medío día. A mi lado viaja una pequeña y dulce criatura llena de
energía. Observo la inocencia y la curiosidad que despierta por mi persona. Le
sonrío. Como suelo hacer con cada pequeño que me cruzo. Me río. Coge el
calcetín y tira de la punta. Primero un piececito, luego el otro. Ahora parece
arlequín vestido de rosa. Balbucea una frase inconcebible y dibuja con sus
brazos inconceptualidades graciosas. No despierta el interés de nadie más que
no sean mis instintos protectores. Las calles avanzan casi solas y la pequeña
coge su chupete y se lo pone en la boca. Audaz, como si tuviese prisa por
entrar en una sueño de siesta corta. El autobús balancea el carrito en el que
viaja como si fuese su cuna balancín. Poco a poco el bebé desaparece del mundo
de los despiertos para pasar a soñar en la sonrisa que le ha acompañado en su
trayecto. La mía.
Al bebé del autobús.
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