Caía y me levantaba. Era como caer al suelo y de pronto que
alguien me estirara del brazo para levantarme. Por mi mente circulaban todo
tipo de ideas. Miraba entre recuerdos mis manos manchadas de tinta gris, olía
hasta la esencia de las páginas del periódico. Mientras leía dibujaba en mi
mente las escenas. Aquella mujer llena de las lágrimas que aún le quedaban por
derramar, abandonando a su pequeña recién nacida, en la puerta de una guardería.
Sin casa, sin trabajo, sin dinero, sin poder alimentar aquella cosa diminuta
que por instantes mantendría en sus débiles brazos y que jamás la volverían a
sostener. Dejándola entre sábanas limpias en una cesta con esa nota: “No me
juzguen, es lo más duro que he hecho en mi vida”.
Cada vez que me viene a la mente, los pelos se me erizan.
Estoy en la oscuridad de la noche, respirando el aire
enfriado por la luna y cerrando los parpados. Repito en mi mente que si siento
tristeza es porque en mi mente hay un mal pensamiento que la produce y la
engrandece por esa ley de atracción de la que algunos hablan. No entiendo
porque la tristeza de algunos es la riqueza de otros. Me he dado cuenta que al
empatizar con la realidad, he provocado mi locura. Tal vez la no ficción
alternativa sea la respuesta.
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