Andaba por las esquinas de la calle como buscando libertad.
Añoraba aquellos tiempos en los que la comida no le faltaba. Era esclavo del
padecer humano cuando la pena se apodera de un país en la ruina, de un lugar
donde los ricos cada vez tienen más joyas y los pobres cada vez menos pan.
Vagaba por las calles intentando faenar. La vaguería estaba lejos de sus manos
pero tampoco alcanzaba el trabajar. Era fiel a la postura de seguir luchando
por sus pequeños. Su mujer limpiaba zapatos ensuciados por el negro del asfalto,
a los que se podían comprar mil pares.
Las calles sonaban como una balada triste sin corneta. Las
pintarrajeadas de las paredes seguía solas gritando por la igualdad y la
justicia de un mundo corrompido por infames políticos locos de riqueza
empobrecedora. Los bancos hace tiempo que dejaron de proporcionar dinero, las
familias hace tiempo que dejaron de trasmitir alegrías. Él andaba por las
esquinas de la calle, intentando buscar una solución. Se dirigió a la plaza en
la que encontró un hombre colgando de un árbol. Y él sabe que lo peor no es que
se ha suicidado, sino que lo han matado los políticos que no recortan en sus
gastos y creen que las familias puede subsistir con 500 euros mensuales. Con el
pánico en su persona, intentaba alejarse de aquella imagen, que algún día, tal
vez, por la desesperación, él también protagonizaría.
Cada crónica que veo, cada palabra que entra por mis ojos,
me entristece, me contagia de negativismo, me preocupa que un mundo ocupa vaya
a destruir la farsa democracia, en vez de contribuir a reinventarla en lo que
todos creemos y sabemos que debe ser. Lloro por Grecia y los que caerán tras
ella.
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