Mis ojos se trasformaron en mares cuando a mitad mañana y
entre los sollozos forzosos de las nubes, el cielo lloraba nuestra pronta
ausencia. En un recuerdo pasajero de todo lo que ha hecho que sea lo que soy y
tenga lo que tengo. Fuiste tú mi fiel amiga, la que ahora crece y desaparece,
nos vamos lejos una de la otra. Las olas ya recorren mis pestañas antes de
crear un tsunami en mis mejillas sonrosadas. Evitas el encuentro de las miradas
y mi última imagen conservada para mucho tiempo, serán tus pasos corriendo
escaleras arriba hacia tu casa. Pero he soportado la despedida. La de ayer de
mi gran amiga, la de hoy, la tuya, mi fiel amiga. Me costó superar la ausencia
de mi pequeño. El que con miradas me traslada su pensamiento, el que subido al
vagón se alejó sereno. Mi gran compañero de vida, mi hermano y su risa. Mañana
llega otra despedida, la de mi grupo de amigas, las que cada semana me hacen
sentir que el peso de lo complicado vuela por lo alto y desaparece entre
comprensiones y recomendaciones. Y pasado, la siguiente, la familia que cree al
conocerle.
Mis manos tiemblan y las olas se revuelven cuando entre
imágenes evito imaginarme el ‘hasta luego’ más duro y fuerte. El de mis padres,
que siendo lo que son, han construido un ser inherente a su forma de cuidarme y
comprenderme. Porque en ellos atisbo orgullo pero tristeza por lo mismo por lo
que las nubes lloran, por mi pronta ausencia. Sin embargo, pienso estar siempre
presente, para con ellos, sus problemas y mi suerte. Echaré de menos todo lo
que soy ahora, por vosotros, por mi gente.
Las lagrimas de los ojos no empañaran la alegría del corazón.
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